Hoy, mientras atendía a una persona, noté con agrado que cada vez veo con mayor interés y valoración a las demandas que nos hacemos las parejas acerca de mayor respeto de parte del otro al espacio personal o al ejercicio de la autonomía, en general.
Tiempo atrás, en la intervención terapéutica, no podía evitar considerarlos en mis adentros como pedidos egoístas, faltos de compromiso o "atentatorios" a los fines de la relación. Hoy tengo bastante claro, que la vivencia de una buena dosis de autonomía por parte de los miembros de la pareja, cuando es aceptada por el otro, es una buena señal para valorar su funcionamiento, su experiencia de bienestar, alegría y es crucial para alimentar su esperanza y deseo de permanecer juntos.
Si los miembros de una pareja pueden llegar a sentirse capaces de ser sí mismos, sin que al serlo se sientan juzgados de "no amar", de traicionar, o de ser egoístas, es sin duda una experiencia liberadora. Construirse como sujetos diferenciados de familia de origen, y poder experimentarse y vivir como sujetos diferenciados de la pareja... considero ahora como un objetivo totalmente legítimo y hasta fundamental...
El problema es que este planteamiento es una herejía para el "amor romántico" tan difundido en Hollywood y en nuestra cultura: "pensar igual","tener los mismos gustos e intereses", "reírse y enojarse por lo mismo" son en ese tipo de amor las señales de que el otro es la "media naranja".
Para mí está bastante claro, ahora, que lo que nos une de verdad a las parejas, y, en general, a las personas en cualquier relación, no son las similitudes, sino el permiso que nos otorgamos de ser auténticos. Para mí, este descubrimiento es mágico y liberador a la vez!