miércoles, 12 de diciembre de 2018

¿Deprimido? Es tiempo de aprender a expresar el dolor

(Artículo publicado en la Revista Enlace de la Policía Nacional del Ecuador, abril 2017)

La depresión según Cancrini (2006) es “un duelo que no está expresado. Cuando un duelo no se expresa con palabras en una relación interpersonal significativa, el duelo está en la persona y se manifiesta con los síntomas característicos del estado depresivo.”

Todo duelo implica que ha existido una pérdida, sea de tipo afectivo, material, simbólico, cualquiera que sea la pérdida implica “un hecho de la vida (que) ha irrumpido y roto un equilibrio anterior.” (Cancrini, 2006) Y, más allá de la pérdida misma, para que esta pueda convertirse en depresión significa que no halló forma de procesarse en palabras en compañía de una persona que entienda y acompañe el proceso de expresión y recuperación.

A las pérdidas significativas les acompañan intensos sentimiento de tristeza necesarios para asimilarlas e irles hallando un sentido. Sin embargo, es muy importante diferenciar entre la tristeza natural y una depresión. La profunda tristeza cuando nos vemos despojados de un soporte para nuestra vida del cual dependemos o estamos habituados, es absolutamente pertinente y  necesaria para avanzar hacia la siguiente fase en la recuperación. La depresión, en cambio, surge justamente como una consecuencia de la no expresión del duelo, de su no elaboración. (Cancrini, 1999)
Muchas veces la depresión es abordada únicamente desde un enfoque psiquiátrico, en el cual se la cataloga como una enfermedad que implica la ingesta de medicación para ayudar al paciente a eliminar los síntomas. Sin desconocer que existen casos en que este tipo de tratamiento se hace indispensable, es importante tener en cuenta que hay muchos otros en los que la depresión es principalmente un conjunto de síntomas o signos de la dificultad principal, es decir, de situaciones en la vida del paciente y de sus estrategias de afrontamiento, que necesitan ser revisadas para alcanzar una mejor calidad de vida.
En estos casos, se ha comprobado que el solo tratamiento con psicofármacos tiene un fracaso de entre el 30% y 50%, además de que estos tratamientos muchas veces no pueden aplicarse en casos de embarazo, lactancia y algunos tipos de enfermedades. (Martínez, s/f)
Algunos de los síntomas que evidencian un estado de depresión, son la actitud de rechazo hacia otros, de aislamiento, la dificultad para expresar lo que siente, la pérdida de apetito, deseo sexual, pérdida de interés en aspectos que antes lo motivaban, ideas y, a veces, intentos de suicidio.

Sin embargo, la depresión, pese a ser un estado doloroso y altamente complejo, puede convertirse también en la puerta que se necesitaba en la vida de una persona para decidirse a indagar acerca de la calidad de los pilares que sostienen su vida y en donde se encuentran las fisuras provocadas posiblemente por fuertes sismos acontecidos en su trayectoria vital desde la niñez y que continúan temblando y fastidiando en sus relaciones actuales. Es decir, puede convertirse en la oportunidad de trabajar con la fuente del dolor y su afrontamiento.

Existen dos modalidades de trastornos depresivos, la distimia y la depresión mayor. En esta ocasión nos concentraremos en la depresión mayor. Las personas más proclives a este tipo de depresión son aquellas que cuando niños fueron parentalizados, es decir, vivieron de forma constante exigencias de cumplir roles que corresponden a los padres, como cuidar de sus hermanos, trabajar desde temprana edad, vigilar a un padre alcohólico, entre otros ejemplos. Así también, sus familias no daban permiso a la expresión de emociones como la tristeza y la ira, ni la facilitaban, al mismo tiempo que se inducía a sus miembros a denotar alegría y cordialidad hacia afuera, añadiéndose un nuevo peso en la persona, la de ocultar sus sentimientos.

Entonces, son personas que fueron sometidas a altos niveles de exigencia y a relaciones centradas en el cumplimiento del deber con bajos niveles de retribución. Frente a ellas, por lo general asumieron un rol complementario, es decir, de sometimiento y obediencia sin cuestionamientos. Experimentan, entonces, un progresivo desequilibrio de su balanza afectiva ya que siempre han sentido que dan más de lo que reciben. (Linares, 2014). Temen defraudar las expectativas de los demás sobre sí mismos, al mismo tiempo que se sienten “defraudados” pues consideran que no reciben de los demás el pago por aquello que dan.

Todos estos vacíos afectivos provenientes desde la infancia elevan sus expectativas acerca de lo que desean encontrar en una pareja o en sus relaciones sociales más significativas del presente, lo que conduce a un nuevo desencanto al no recibir lo añorado, y la persona comienza a inundarse de desesperanza y rencor.

Frente a ello, la depresión a veces se convierte en el único camino para recibir cuidado o atención por parte de los miembros de una familia. Es decir, su estado vulnerable los puede convertir en el centro de atención y la única forma que encuentran para satisfacer superficialmente sus necesidades afectivas.

En casos extremos, el suicidio es la consecuencia más contundente de la depresión mayor, con el cual, la persona deprimida pretende “hallar la solución para, simultáneamente, castigarse a sí mismo por su insuficiencia y castigar a los demás por su desconsideración.” (Linares, 2014)

¿Qué puede hacer una persona son síntomas de depresión mayor?

Para superar este tipo de depresión, la persona necesita primeramente reconocer su derecho de expresar sus emociones y sentimientos en contextos seguros, rompiendo así con la prohibición que le acompaña desde su niñez a “guardar las apariencias”. Un acompañamiento terapéutico puede ser de gran ayuda para facilitar estos procesos. Necesita identificar sus pérdidas significativas y completar el proceso de duelo que fue interrumpido.

Además es necesario que trabaje para desarrollar su asertividad, es decir, su capacidad para expresar lo que piensa y lo que siente, sin herir a las otras personas pero sin minimizar sus derechos. Necesita reencontrarse con sentimientos a los que está habituado a ignorarlos o reprimir, como la ira, por ejemplo, y aprender a reconocer y sobre todo, validar las razones que la provocan, y expresarla con palabras, es decir, legitimarla.

Otra paso importante es comenzar a inclinar la balanza hacia sus gustos e intereses más que al cumplimiento de sus deberes u obligaciones, es decir, dar importancia a hacer lo que le gusta y disfruta en lugar de intentar con tanto esfuerzo complacer a los demás a través de sus acciones, o a recibir su aprobación. Podría emprender acciones como llevar un diario de los momentos de disfrute o placenteros que experimenta cada día. Al mismo tiempo, poco a poco necesitará aprender a reenfocar la motivación del cumplimiento de sus obligaciones, como un medio de realización personal, y de construir su  legado hacia la humanidad, más que como un medio de obtención de afecto o respaldo.

Una tarea a ir desarrollando por la persona que desea superar este tipo de depresión es recuperar o fortalecer sus relaciones interpersonales significativas, e invertir tiempo y esfuerzo para este fin. Esto le ayudará a contar con más fuentes de reconocimiento que no se restrinjan a su círculo familiar más inmediato.

Es importante que recuerde que superar la depresión no es una tarea fácil, puede sentir en muchos momentos el deseo de “botar la toalla” y retroceder. Es probable que experimente aquella sensación extraña como cuando se escala una montaña de terreno arenoso, como el Cotopaxi, en la cual se dan tres pasos y parece que se retrocede dos, pues, en ocasiones, pese a haber avanzado de manera significativa, puede experimentar recaídas que lo desanimen sobremanera. Debe recordar entonces que estas recaídas son previsibles y mejor si tiene un plan sobre lo que hará cuando estas acontezcan.

Por ello es importante que cuente con un apoyo terapéutico que pueda sostenerlo en estos momentos y guiarle a mirar con atención los avances que ha ido alcanzando, de modo que no pierdan su brillo a los ojos de las recaídas y le ayude a retomar el camino hacia su superación. Por otra parte, se recomienda que este trabajo terapéutico no sea solamente de tipo individual sino de pareja o familia, puesto que hay que recordar que muchos de los sentimientos que experimenta y la forma que aprendió a responder ante ellos tienen su significado y origen en su familia, razón por la cual el proceso de cambio es en conjunto.

En conclusión, si usted ha notado que está atravesando por un episodio de depresión quizá hay mucho más que usted puede hacer antes que solamente enriquecer a las grandes farmacéuticas a través  de la ingesta de antidepresivos y que abordarla adecuadamente puede ayudarle a encontrar una vida de mayores realizaciones y alegrías.
Recuerde que la clave para prevenir y enfrentar la depresión es hallar las maneras de expresar oportunamente su tristeza, sea cual fuere su raíz, en el contexto de relaciones interpersonales de confianza y seguridad. Por ello, si acude a un terapeuta, es probable que la principal estrategia de intervención para apoyarlo sea la escucha activa y empática, a través de la cual deshilen juntos los hilos que tejieron su tristeza no expresada y alcanzar un nuevo equilibrio en el cual se haya extraído los aprendizajes de vida que surgen de mirar las experiencias de dolor con lentes de esperanza.
Bibliografía
-       Linares, J. y Campo C. Trastornos depresivos y Trastornos Neuróticos. Escuela de Terapia Familiar del Hospital de Sant Pau. Barcelona. 2014.
-       Martínez, E. Trastornos depresivos. EVNTF.
-       Cancrini, L. La Depresión en Psicoterapia. Redes, 8: 31-46. Barcelona. Diciembre 2006.

Verónica De la Torre,
Máster en Intervención y Asesoría Familiar Sistémica

0996601347, verodelatorreg@yahoo.es

viernes, 9 de noviembre de 2018

La mariposa que perdió su voz…


La mariposa que perdió su voz…

Había una vez una hermosa mariposa que vivía en un jardín en el que revoloteaba feliz, mostrando con alegría sus colores y brillos. Algunas de sus compañeras los notaban y la alababan, otras pasaban indiferentes, pero a ella no le importaba demasiado porque sentía que era suficiente saber quién era, de qué era capaz, mirar su belleza y gozar de algunos elogios que le llegaban de vez en cuando.

Un día, el mariposo que a ella le importaba y valoraba más,  comenzó a decirle repetidas veces que sus patas eran muy largas, y que sus antenas le parecían muy cortas. Parecía ya no fijarse en los magníficos colores de sus alas ni en la elegante prosa que tenía al revolotear. “Tienes las patas muy largas y las antenas muy cortas”, le repetía, y cada vez de forma más insistente.

Escuchó tantas veces esta frase que ya no alcanzaba a escuchar ni los elogios que surgían de otras flores, o del mismo mariposo, ni la gratitud que algunas le gritaban a lo lejos por las gestos de bondad que había tenido hace tiempo. A sus oídos solamente llegaba la frase “Tienes las patas muy largas y las antenas muy cortas”. Empezó a esforzarse de todas las maneras posibles para evitar escucharla ya que hasta le provocaba dolores de cabeza. A veces se tapaba los oídos, o pretendía no haber escuchado, pero la voz no cesaba, o quizá era su eco... pero no lo sabía.

Se sentía tan impotente que decidió cubrir sus preciosas alas con frialdad, sus esbeltas patas con indiferencia, y a su boca la cubrió de desprecio. Quería de esta manera silenciar al mariposo, pero no, más bien este gritaba con más fuerza: “tienes las patas muy largas y las antenas muy cortas”.

Su malestar creció tanto que decidió defenderse jugando con igual estrategia, se fijó en los defectos del mariposo  y comenzó a repetírselos una y otra vez “tus alas están chuecas y tu abdomen vacío”. Esto lo hirió profundamente, pero al mismo tiempo lo enardeció. De modo que siguió repitiéndole con más y  más ahínco “tus patas son muy largas y tus antenas son muy cortas.” Y añadió: “quiero alejarme de ti”.

La mariposa entristeció, decayó. Ya no escuchaba nada más que esta voz. En su mundo solo habitaba la voz que la hacía verse a sí misma como alguien insignificante, todos los demás sonidos le resultaba inaudibles... Como no encontraba su voz,  ya no sabía que pensaba ella de sí misma, qué quería, ni cómo cambiar las cosas. Ya no sabía como encontrar la flor de la cual absorbía el néctar que le daba vida, aquella que en el pasado le había mantenido con vida, aún en situaciones muy difíciles, no sabía dónde estaba ni a donde iba. Se perdió... 

Preguntas:

1. ¿Qué consiguió la mariposa a través de la frialdad, la indiferencia,  el desprecio y devolver al mariposo con la misma moneda?

2. ¿Qué necesita la mariposa para volver a escuchar su propia voz?

3. ¿Cuál es la flor cuyo néctar le dio vida en el pasado?

4. Si acaso encontrara su voz, ¿qué le diría de lo que está en sus manos hacer para recuperar su alegría?

miércoles, 31 de octubre de 2018

La flor que renació...



La siguiente historia fue construida en dos sesiones terapéuticas (número 14-15 del proceso, aproximadamente), aplicando la técnica de cuento sistémico con una adolescente de 14 años que sufrió abuso sexual por su padrastro, tiene un bebé y se encuentra institucionalizada mientras se avanza en el proceso de juicio al agresor y reunificación familiar. En el cuento, la adolescente resume maravillosamente la transformación que está sufriendo con todo lo acontecido y cómo llegó a sentir que renacía, junto a su bebé. El dibujo es una representación gráfica del cuento y fue elaborado por ella. En este se observa: 1: La flor antes de la crisis vivida; 2: la tormenta que sufrió; 3: el proceso de marchitarse hasta morir; 4: el renacimiento de dos nuevas flores que surgen de la misma raíz, (que representan a ella y su bebé); 5: el crecimiento y robustecimiento de ambas flores. Con su permiso y conservando su anonimato, comparto el cuento, precisando que la historia como tal es totalmente elaborada por la adolescente, a la cual he propiciado unas breves pinceladas de redacción a fin de clarificar su comprensión. 

Cabe añadir que la historia permite mirar también otros elementos que necesitan seguirse trabajando en el proceso terapéutico, como esa necesidad tan intensa de sentirse más fuerte y grande que los demás,  muy comprensible dado el proceso de desarraigo y adaptación que ha tenido que vivir en menos de dos años, y las estrategias de supervivencia que ha debido gestar para ser valorada en este nuevo contexto de vida, probablemente debiendo posponer sistemáticamente sensaciones de profunda vulnerabilidad, miedo, desánimo, soledad.

Por otra parte se observa como su rol maternal llegó a ser el factor que favoreció la reconstrucción de su identidad (su renacer), aspecto que sin desmerecer también es importante ampliar a otras aristas de su ser, facilitando que se descubra a sí misma en otras capacidades, roles, estados, y no solo en el rol de madre. Sin duda, el cuento revela que fue su hijo quien devolvió la sensación de propósito, de importancia, de valía, por lo que es necesario facilitar que pueda encontrar esto en otros elementos de su identidad, ampliarla y enriquecerla, pues esto nutriría enormemente su proyecto de vida así como generaría fortalezas internas para evitar que nuevas sensaciones de abandono y soledad le sobrevengan durante el crecimiento de su hijo y su natural proceso de desapego y búsqueda de identidad propia. Trabajar en esto facilitaría también que  su bebé pueda avanzar saludablemente en su propio proceso de independizarse y crecer como individuo diferenciado, sin cargar con el legado tácito de "salvar" a su madre.

Conmovida, admirada, desafiada, al mismo tiempo que esperanzada, dejo para ustedes estas líneas.



Había una vez una flor muy bonita, sus pétalos eran hermosos, brillantes, su olor delicioso y su tallo desbordante de hojas verdes. Vivía en un jardín lleno de flores más grandes que ella, al cual amaba. Allí, le gustaba que le rieguen agua, le pongan abono, contemplar y aprender de las demás flores que crecían a su lado, de pétalos lilas, con quienes se sentía segura y feliz.

Por las mañanas le gustaba jugar, por las tardes contar cuentos con sus amigas y por las noches soñar cómo vivir más adelante y compartir nuevas experiencias con sus hermanas flores.

Así transcurría su vida, hasta que de pronto cayó una tormenta tan fuerte que ocasionó un deslave, bajó  tanto lodo que desde las más grandes hasta las más chicas se cayeron.

Pasaron algunos días, la lluvia se detuvo, poco a poco el sol apareció detrás de las nubes y secó lentamente el exceso de agua en la tierra. Algunas flores comenzaron a pararse pero ella no podía, pues, por ser la más pequeña había sido la más estropeada. Se le cayeron casi todos sus pétalos y su aroma parecía haberle abandonado. Ya nada era igual para nadie y ella, ya no tenía fuerza para pararse, comenzó a amarillarse más y más, era demasiado tarde para recuperarse, de modo que… se secó, quedó sin vida, ya ni el agua ni el sol le podían levantar.

Sus compañeras lograron sobrevivir y la veían con mucha tristeza… pero no sabían que sus raíces mantenían aún un aliento de vida…

Un día inesperado, misteriosamente, apareció  de esa misma raíz una nueva pequeña flor y segundos después, otra, un poco más pequeña. La primera era tomate, muy hermosa, no era la misma que existió antes del deslave, pero conservaba su aroma, agradable y delicioso. La segunda flor era tomate roja,  un poco más pequeña.

La flor tomate, al inicio se sentía sola, pues las demás flores del jardín no sabían quién era y nadie parecía querer ser su amiga. Sin embargo, comenzó a surgir una hermosa amistad entre ella y la flor tomate roja que crecía a su lado. Entre ambas comenzaron a ofrecerse cariño, alegría, apoyo y la flor tomate sintió que la tomate roja poco a poco le quitó su soledad y su tristeza. Sintió renacer la alegría.

Las demás compañeras no las querían, porque eran las más pequeñas del jardín. Pero el jardinero las miró y comenzó a darles continuamente agua y abono, solo a ellas, y la flor tomate y la tomate roja comenzaron a crecer y a crecer hasta convertirse en las más grandes y bonitas del jardín y ninguna podía ser capaz de tener la fragancia que ellas tenían.

Sus compañeras las admiraban pero al mismo tiempo, las odiaban aún más.

La flor tomate y la tomate roja se sentían al principio orgullosas de lo que habían logrado, pero luego, al ver a las demás tan pequeñas y tan malas, se entristecieron y comenzaron a compartir su vida con ellas.  Así, empezó a surgir una amistad, sus compañeras dejaron de odiarles y comenzaron a quererles, resurgiendo así la alegría en el jardín.  Ellas nunca supieron que estas flores nacieron de la misma raíz de la flor que había muerto. Pero ellas sí lo sabían.

El tiempo pasó y hoy la flor tomate es alegre, llena de vida, y la comparte con quienes le rodean. En el fondo de su corazón, tiene miedo de que vuelva a ocurrir una tormenta tan fuerte como la anterior, pero al mismo tiempo está tranquila, primero porque tiene junto a ella a la flor tomate roja y segundo porque aprendió a protegerse, ahora sabe abrirse cuando hay sol, pero sabe también cerrarse y apegar sus pétalos a su tallo, cuando la lluvia es muy fuerte. Sabe también cuándo es momento de pedir ser transplantada, si acaso la tormenta fuera insoportable.

El tiempo pasaba y cada vez se sentía más fuerte a la vez que distinta respecto de sus compañeras. Ellas querían parecérsele, pero esto no era posible, porque nacieron como flores mucho más frágiles, sin esa capacidad para resguardarse.

Fue así como la flor descubrió quién es, su fortaleza, y que es capaz de sobreponerse a todo…

jueves, 25 de enero de 2018

Ser pareja y ser autónomo... ¿imposible?

Hoy, mientras atendía a una persona, noté con agrado que cada vez veo con mayor interés y valoración a las demandas que nos hacemos las parejas acerca de mayor respeto de parte del otro al espacio personal o al ejercicio de la autonomía, en general. 

Tiempo atrás, en la intervención terapéutica, no podía evitar considerarlos en mis adentros como pedidos egoístas, faltos de compromiso o "atentatorios" a los fines de la relación. Hoy tengo bastante claro, que la vivencia de una buena dosis de autonomía por parte de los miembros de la pareja, cuando es aceptada por el otro, es una buena señal para valorar su funcionamiento, su experiencia de bienestar, alegría y es crucial para alimentar su esperanza y deseo de permanecer juntos. 

Si los miembros de una pareja pueden llegar a sentirse capaces de ser sí mismos, sin que al serlo se sientan juzgados de "no amar", de traicionar, o de ser egoístas, es sin duda una experiencia liberadora. Construirse como sujetos diferenciados de familia de origen, y poder experimentarse y vivir como sujetos diferenciados de la pareja... considero ahora como un objetivo totalmente legítimo y hasta fundamental...
El problema es que este planteamiento es una herejía para el "amor romántico" tan difundido en Hollywood y en nuestra cultura: "pensar igual","tener los mismos gustos e intereses", "reírse y enojarse por lo mismo" son en ese tipo de amor las señales de que el otro es la "media naranja". 

Para mí está bastante claro, ahora, que lo que nos une de verdad a las parejas, y, en general, a las personas en cualquier relación, no son las similitudes, sino el permiso que nos otorgamos de ser auténticos. Para mí, este descubrimiento es mágico y liberador a la vez!