miércoles, 6 de mayo de 2009

"Mujer, he ahí a tu hijo, hijo he ahí a tu madre"

Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba que estaba presente dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. (Juan 19:26)


En esta frase, Jesús evidencia una profunda ternura que se concreta en la previsión del riesgo inminente de que su madre quede en el abandono y la desprotección. Jesús sabía del poco valor y casi nula conciencia de derechos que en su tiempo una mujer, probablemente viuda para ese momento como lo creen algunas tradiciones, habría estado expuesta al no tener una figura masculina que la representara y le ayudara a acceder a lo necesario para vivir. Desconocemos el motivo por el cual esta función no podría haber quedado a cargo de los otros hijos de María aunque algunos piensan que en ese tiempo ellos estaban opuestos e incrédulos frente al ministerio de Jesús y por ello podría haber existido en Jesús un temor o desconfianza en pensar que cuidarían de su madre.

Sin embargo la preocupación de Jesús no es solamente referente al futuro económico y social de su madre, aunque sin duda esto era de suma importancia. Además de esto, Jesús propone una relación maternal y no el de un benefactor con una indigente o viceversa, sino una relación madre – hijo que se caracteriza por un profundo amor, compasión, respeto, capacidad de ofrecer consuelo, esperanza, fortaleza, deseos de continuar, ofrece cobijo y abrigo.

En realidad es un legado bastante intenso y que implicaría reciprocidad entre esta nueva madre e hijos putativos para descubrirse ofreciendo y recibiendo de quien nunca pensaron en hacerlo y que en realidad no tienen obligación alguna desde las costumbres sociales de entregarse al otro en esta magnitud.

Por eso, esto me hace pensar que con esta frase Jesús no solo le dio a esta madre un nuevo hijo y a este hijo adulto una nueva madre, sino que dejó por sentado que todos los seres humanos tenemos la capacidad de amar y hacer cosas por personas que no son necesariamente nuestros familiares de quienes incluso por obligación moral, deseo natural y derecho consuetudinario debemos hacerlo, nos está diciendo que por veces, podemos asumir roles de madre con quienes no son nuestros hijos, y roles de hijos con quienes no son nuestras madres… nos está diciendo que hemos sido creados con la capacidad de escoger a quién amar y no solo amar a quienes por instinto nos nace hacerlo.

Nos está diciendo que somos más que leones y leonas dispuestos a darlo todo por nuestras crías, a defenderles de todo peligro, y a enseñarles a casar y valerse por sí mismos, pero ignorando por completo a los demás seres de la naturaleza y sus necesidades. Somos más que eso…, por ser criaturas hechas a imagen de Dios podemos ser leones o leonas pero capaces de criar y proteger también a crías de conejos sin madre, con todo el costo que esto puede implicar…

En esta sociedad donde todos estamos influidos por un discurso individualista en el que se promueve la desconfianza hacia el otro y la noción de que solo la familia es merecedora de nuestra atención, sacrificio y provisión, recordar esta frase de Jesús pronunciada antes de su muerte, verdaderamente nos mueve el piso… nos habla de que las fronteras no las marca un tipo de sangre sino que los límites y los alcances de lo que damos y a quiénes damos los escogemos nosotros y nosotras.

Quizá no podamos ser madres de todos los sin madre ni hijos de todos los sin hijos, pero sí podemos ser sensibles a personas y momentos a veces cortos a veces largos, donde podamos asumir estos roles y hacer del amor de Dios con ellos y ellas algo palpable y real.

Que Dios nos ayude a reencontrarnos con esas capacidades de amor que Dios ha puesto en cada uno.

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