domingo, 11 de enero de 2009

YO SOY LA VERDAD

¿Te has dado cuenta el tipo y calidad de preguntas que realizamos en momentos de turbación o temor, cuando parecería que algo vital parece colocarnos en un riesgo casi de muerte? ¿Has notado como en esos momentos se vuelven a agitar incesantemente en nuestro interior preguntas adormecidas o que habíamos logrado acallar con respuestas sencillas, aprendidas o incorporadas sin mayor reflexión, revelándose así nuestras más profundas vulnerabilidades?

Tomás eleva una pregunta agitado por las duras afirmaciones de Jesús que les recordaba su inminente partida: “no sabemos a dónde vas, ¿cómo, pues, podemos saber el camino?”

Vaya pregunta! Hace referencia a un norte, a un objetivo claro, a un destino, y no conforme con ello, insiste en saber los medios, las formas, las alternativas para llegar hacia él. ¡Cuan parecida se me hace esta pregunta a muchas otras de nuestros tiempos!: ¿Para qué vivimos? ¿Qué es ser feliz y cómo puedo lograrlo? ¿Qué mismo es el éxito y cómo lo alcanzo? Sí, como si nos pareceríamos a Tomás, sin saber a donde ir, ni cómo ir… y revelando en estas preguntas más que una necesidad intelectual de obtener respuestas a nivel de lo cognoscitivo, una necesidad existencial que aspira hallar respuestas integrales, capaces de saciar todo el ser.

Ante esta pregunta el texto nos cuenta que Jesús responde: “Yo soy… la verdad” (Jn. 14:6), ¿Yo soy la verdad? Perdón… no sé si escuché bien, ¿Quién se atreve a hablarme de una “verdad”? ¿Quién pretende sorprenderme con una afirmación tan fútil que lastima no solo mi ego intelectual, sino también ridiculiza mis genuinas y legítimas preguntas de carácter vital?

Dada la diversidad de nuestros “seres”, muchos de nosotros/as no buscamos respuestas únicas que nos encasillen y pongan límites a nuestras libertades, unificando nuestras posibilidades, o nuestros nortes. Buscamos respuestas personalizadas, buscamos la posibilidad de participar en la construcción de esas respuestas y por eso miramos con sospecha cuando alguien como persona, como país, como religión o filosofía, pretende implantarnos una verdad común que con mucha seguridad esconde un deseo oculto de poder, de dominio, de búsqueda de riqueza económica o de control social.

Miramos con sospecha y lo hacemos bien, pues muchas de esas “verdades” impuestas nos han defraudado a tal punto, que hasta han succionado nuestra capacidad de creer, nos hemos sentido tan engañados por ofertas de “vida” en términos de salud, empleo, educación, libertad, bienestar, etc., que nuestra capacidad de confiar se ha adormecido y yace expectante, incrédula, lista para confirmarnos que nuestras esperanzas eran inciertas y vanas…

Tal es la sospecha que, como dice Álvarez , que muchos de nosotros/as hemos llegado a asumir una posición “dogmáticamente” relativista, como una forma legítima de reaccionar frente a la absolutización de valores definidos por el poder, rechazándolos hasta el punto en que ya ni siquiera estamos dispuestos/as a revisar su contenido o utilidad, sino que su sola condición de pregonarse como absoluto, lo coloca en una posición de total desventaja y de autoeliminación.

Lo peor es que, esta actitud que inicialmente partía de alguna intencionalidad de promover un mayor equilibrio del poder en el mundo, una reivindicación de los pueblos o culturas menos escuchados o respetados, sin desconocer muchos de los logros significativos que ha aportado en este sentido, no nos ha ayudado a ser más tolerantes con el otro/a, sino que más bien, nos han llevado a aplaudir acciones que, como están configuradas en función de los propios y muy subjetivos criterios e intereses, desconocen su impacto en el otro/a y hasta lo justifican, pues nos hemos convertido en “juez y parte” de todo lo que hacemos.

Por eso, si acaso nos hemos sentido avocados a descalificar de plano la afirmación del evangelio de proponer a Jesús como “verdad”, propongo que antes de rechazar sistemáticamente esta propuesta, analicemos un poco el contenido que está detrás de ella, y así, luego estar listos para hacer una opción, en libertad.

Primero cabe notar que el texto coloca en una persona, más que en una afirmación doctrinal o filosófica, la atribución de verdad; “”Yo soy… la verdad…”, lo que inmediatamente nos traslada a un examen cuidadoso y reflexivo sobre la persona que está detrás del “yo soy”, de su vida, testimonio y frutos, porque en últimas, a través de esta información, son todos estos elementos los que, por consecuencia, se proponen como portadores del carácter de verdad, recordando que en el sentido griego que en el Nuevo Testamento tiene la palabra verdad, es un “sentido absoluto de lo que es real y completo por oposición a lo que es falso y deficiente” , aunque sin olvidar que en el sentido hebreo, la referencia a la verdad como característica de Dios, se centraba más en su carácter confiable, recto, veraz, en contraposición a lo que otros dioses podrían ofrecer al ser humano.

Entonces, sin olvidar estos dos significados, veamos como, por consecuencia, el texto cataloga como verdad al recorrido del siervo sufriente: a aquel que con sus actos y enseñanzas intentó traer justicia a las naciones devolviendo poder y reconocimiento al niño/a, a la mujer, al enfermo, al “juzgado”, al “pecador”, le coloca como verdadero y confiable al que redefinió la ley como instrumento en servicio del ser humano y no como la que le esclaviza y le somete, al que no desea quebrar las fuerzas de un pueblo de por sí ya adolorido, pero desea que su fuerza vuelva a sostenerse en lo que es justo y conduce a la vida, en lugar de a la muerte. (Ref. a Is. 42:1-4)

El texto coloca como verdad y verdadero a alguien que eligió el camino de la cruz, en otras palabras, a alguien que no buscó el poder en el dominio o sometimiento a otros, haciendo que sus actos lo conviertan en “rey de los judíos”, a alguien que prefirió morir en forma despreciable con tal de dejar muy en claro que otro estilo de vida es posible, que el egoísmo, la venganza, la traición, la búsqueda de prestigio y poder, no son la única forma posible de vivir y que no es la mejor.

Vemos entonces, como esta verdad propuesta, no viene envuelta en un deseo oculto de poder en el sentido de dominación, así como muchas otras “verdades” o “absolutos” que nos ofrecen, y que incluso, algunas, basadas ignorantemente en el Cristo, han intentado y quizá hasta logrado imponerse en el mundo bajo el nombre de religión. Y si acaso hay una búsqueda de poder, se refiere al poder, del amor, del perdón, de la misericordia, de la inclusión.

Me atrevería a decir que la propuesta es de una verdad que busca mucha más tolerancia que otras… más equidad que otras… mayor poder social que otras…, mayor participación que otras…, me arriesgo a decir que la propuesta del Reino de Dios, con este modelo de rey, no nos da cabida a ningún tipo de dominación, ni del hombre sobre la mujer, ni del adulto sobre el niño/a, ni del rico sobre el/la pobre, ni del sano sobre el enfermo/a, ni del “santo” sobre el “pecador”, ni del “normal”, sobre el “anormal” o “diferente”, ni del blanco sobre el negro/a o indígena…

Tengo la impresión de que el contenido de esta verdad propuesta nos confronta con nuestra propia concepción y búsqueda del poder y nos da cabida a que “personalicemos” esta verdad a nuestra propia realidad, y a que participemos en su construcción, en su contextualización.

No sé ustedes…, pero al menos yo sí bajo el nivel de sospecha frente a esta propuesta de verdad…, y, al contrario de rendirme frente a tantas otras opciones de verdades que quizá no se atreven siquiera a llamarse a sí mismas de esta manera para evitar que las descalifiquemos de antemano pero que nos dominan y esclavizan mucho más que otras, sí me animo a creerla y seguirla.

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