jueves, 8 de enero de 2009

MANEJO DE LOS SECRETOS DE FAMILIA

ENSAYO:

REFERENTE A LA LECTURA; SECRETOS DE FAMILIA, CONFIDENCIALIDAD Y TERAPIAS DE JEAN YVES HAYES Y MÓDULO TÉCNICAS CONSTRUCTIVISTAS.

Al leer sobre los secretos de familia, lo primero que se me vino a la mente es la forma en que se vivían los secretos en mi familia de origen y aun se viven, y pienso en la forma tan evidente en que el secreto sirve para “excluir activamente a otros de su conocimiento”. En realidad, sospecho que cuando en una familia hay patrones recurrentes de guardar secretos, esta exclusión no es solo de tal o cual conocimiento circunstancial, sino que es más bien un medio para ratificar algún tipo de exclusión permanente hacia un miembro, que ya está presente en la familia, probablemente de manera aceptada y hasta confabulada.

Claro, siempre se encuentran “razones válidas” para justificar un nuevo silencio, que pueden ser proteger a la persona del impacto de una información dolorosa o protegerse a uno mismo de la reacción que la persona puede tener ante la información, pero en suma, lo que está en juego es a quien se le da o no la oportunidad de participar en la toma de una decisión o en compartir un dolor de afectación común.

Insisto, cuando este patrón es recurrente, lo que puede estar en el fondo es un mito familiar o un relato determinista que puede definir, quién cumple en la familia o no con los valores y características esperadas para ser tomado en cuenta, quién es o no un modelo a seguir, lo que deja ver es a quién probablemente se le está atribuyendo las causas de las disfuncionalidades familiares, y hasta anticipa cuál sería el castigo para quien decidiera seguir estos pasos o asumir una clara alianza con este miembro: el silencio.

Quizá por esto es tan doloroso cuando la persona excluida del secreto se entera de este hecho, más allá de los pensamientos de que si hubiera sabido quizá habría podido hacer algo, o evitar que algún conflicto sea más grande o algo así, lo que esta persona descubre es que todas sus sospechas muy profundas de no ser un miembro aceptado, reconocido y valorado dentro de la familia, se han hecho realidad. Y recuerdo entonces lo que mi mami decía cuando esto pasaba: “Y yo qué soy, entonces, para ustedes…”

Me parece que esto casi funcionaba como una profecía autocumplidora: no le contábamos para que no reaccione de tal o cual manera, pero como eran secretos imposibles de sostener, cuando lo descubría, la reacción que se producía generalmente era más por el dolor de que no le hayamos contado, pero para el resto de nosotros, esta era la confirmación de las razones para seguir guardando de ella cualquier secreto, y ratificaba la creencia de que esta persona debe seguir siendo excluida de la decisiones, del compartir profundo, de la vida misma…

Entonces, al menos en mi experiencia familiar, quizá todo esto justificaba la subsecuente reacción del miembro excluido: decirlo todo, gritarlo todo, abrir el alma y exponerla desnuda, casi ya sin dignidad… Y me resuena la palabra dignidad, no ser lo que la familia quiere que seas en este tipo de familias, te hace automáticamente indigno, no digno del aprecio genuino, no digno del respeto, no digno de sentirte persona, de experimentarte completo, de guardarte, de protegerte, de callar aquello tan íntimo tuyo como tus sensaciones más recónditas, aquellas que protegían tu identidad, tu sentido de ser, y de pronto las sacas, las botas enteras, ni siquiera digeridas, las abres a los mismos que te manifiestan que no creen en ti, generosamente les compartes el dolor y la rabia que hay en lo más profundo de tus entrañas, a sabiendas que esto solo servirá para confirmar sus nuevos silencios.

Desde esta perspectiva, pienso entonces también en que en el fondo de guardar un secreto está el deseo de guardar tu sentido de dignidad, es no darle el derecho al otro de que te arranque tal vez su reconocimiento, tal vez su admiración, tal vez su respeto. Es guardarte el derecho de que otro no lastime algo tan frágil que está en tu interior, algo que a veces no es capaz de sostenerse por sí solo, algo que no puede perderte a ti, otro, para subsistir. Y es por eso, entonces, que cuando alguien lo saca todo, lo dice todo, así, de repente, sin una rastra de autoprotección, quizá, lo que está revelando es que todo lo suyo ya ha sido quizá arrancado, ya fue debastado, ya no hay nada que proteger.

Por eso pienso en este momento, no tanto en la vergüenza o culpabilidad de quienes tienen el secreto, que claro, es ciertísima, pero parecería que se compensa de algún modo con la sensación de dignidad que te devuelve el hecho de haber sido tomado en cuenta para saberlo. O sea, la vergüenza hacia fuera que sin duda tendrá sus costos en las relaciones con otros y contigo mismo/a, de alguna manera es aliviada con la dignidad que te permite sentir la confianza que te mostraron los de dentro. Y esto me recuerda el sentimiento tan profundo de valía personal que experimenté cuando una ñaña mía me escogió para conversarme de situaciones muy difíciles por las que había estado viviendo, que era para ella un secreto inquebrantable. Sentí que me devolvió algo, y hasta me sentí algo egoísta ya que me parecía que disfrutaba en algo de esta sensación de reconocimiento, en lugar de centrarme totalmente en lo doloroso de aquello que me compartió.

Volviendo a lo anterior, en lo que pienso en este momento es en la vergüenza y culpabilidad que experimenta el que ha sido excluido del secreto. Qué vergüenza debe ser no haber sido considerado confiable, qué vergüenza no haber sido considerado capaz, no haber sido considerado realmente importante para el otro.

Y es clarísimo entones, como dice el texto, que el secreto es un instrumento de poder, sí, te puede dar el poder para sanar, y te puede dar el poder para enfermar, depende del relato que te cuentes a ti mismo sobre el mismo, depende del relato hablado o silencioso que decidas contar a los demás, depende de la historia que te cuentas cuando otros se callan contigo.

Entonces, una vez más, como decía Esteban, en el fondo está qué de lo que dices o no dices “te puede hacer o no salir de tu centro”, de tu equilibrio más profundo. Vivir en el silencio puede alejarnos millas de distancia de esa sensación, porque absorbería la energía para vivir. Escupir el silencio, a menos que fuera con alguien tan sensible y capaz para recibirlo… quizá un terapeuta… podría ser mortal, porque en lugar de conectarte con tu centro, tal vez lo que haría es que te hundas en él.

Por eso pienso que en el acompañamiento terapéutico o de intervención, es muy importante respetar profundamente el ritmo de la persona o familia para abrirse camino en sus silencios y para otorgarse el derecho de quedarse con los que en el fondo protegen su más íntimo sentido de dignidad. A su vez, sin embargo, también es necesario evidenciar los efectos de sus secretos en otros, y las curaciones o enfermedades que pueden provocar su revelación o ausencia de ella. Al final, que sea el encuentro con su centro el que determine lo que revelan o no.


7 / Dic. / 2006

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me interesan tus comentarios!